I SÉRIE — NÚMERO 41
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Señorías: Si una ley muy antigua manda dejar fuera de la casa propia las preocupaciones del mundo, esa
norma se invierte en la casa de la soberanía nacional.
En efecto, bien sé que es, a la vez, un derecho y una obligación traer al Parlamento las inquietudes, las
iniciativas y los anhelos de los ciudadanos, para buscar entre todos, mediante el debate y el acuerdo, la mejor
de las respuestas en el marco del bien común.
En mi caso, pocos gestos me son más gratos que aquellos que me permiten asociarme a las ideas del deber
y de la búsqueda del bien común, que son las que se encarnan en todas las personas que ocupáis vuestro
escaño en esta Cámara. Soy, además, consciente de que nada que interese a vuestros compatriotas os es ajeno
y, por ello, todo lo que a ellos preocupa e ilusiona llena cada día vuestras tareas parlamentarias, presididas —
naturalmente, dentro de la legítima discrepancia — por una misma voluntad de acierto.
Y muy probablemente coincidamos en que, como en pocos momentos de la nuestra historia, los asuntos que
se debaten en los Parlamentos de Portugal y de España versan sobre cuestiones muy análogas.
Pues, Señor Presidente y Señorías, entre esas cuestiones me gustaría subrayar aquellas que tienen que ver
con nuestro lugar en el mundo y que tanto Portugal como España tenemos por fortalezas compartidas.
Nuestro primer anhelo, como españoles y portugueses, es seguir siendo — y construyendo — vigorosamente
Europa. Europa es nuestra cuna y nuestro destino común. Ambos países celebramos este año 2016 el trigésimo
aniversario de nuestro simultáneo ingreso en las entonces Comunidades Europeas, tras la recuperación de las
libertades y la aprobación de sendas Constituciones, base de nuestra respectiva convivencia y concordia en
democracia y en libertad.
Los dos países nos sumamos entonces a un proyecto europeo de paz, de reconciliación y de fraternidad, un
proyecto asentado sobre los pilares de la democracia y los derechos humanos.
Volvimos a unos caminos — los de Europa — por los que las personas, los bienes, los servicios y los capitales
circulan con la misma libertad que en el interior de un Estado miembro. Gracias precisamente a esa libertad, las
magnitudes de la relación entre los socios europeos y los datos de la relación bilateral entre Portugal y España
crecen de año en año.
Para ambos países la incorporación al proyecto de integración europea puso en marcha uno de los motores
que más ha impulsado nuestro progreso económico y nuestro desarrollo social. Y con nuestra integración en
Europa, ambas naciones hemos contribuido a que nuestros socios comunitarios valoren la trascendencia de
estrechar también vínculos con Iberoamérica, con los países africanos de lengua portuguesa y con algunos de
un oriente extremo, pero a la vez próximos a la historia peninsular.
Portugal y España mantenemos contactos permanentes para defender posiciones e intereses a menudo
coincidentes respecto del cumplimiento de numerosas políticas comunitarias. Nuestra concertación y hermandad
ibérica nos sirven bien para adelantar nuestros respectivos intereses en el seno de la Unión y apoyarnos
solidariamente en momentos de dificultad.
Cuanto mejor vaya Europa, mejor irán Portugal y España. Cuanto mejor marchen España y Portugal, mejor
caminará Europa.
Otra de nuestras fortalezas mutuas reside en nuestra dimensión atlántica, la que nos une en la OTAN/NATO
junto a otros 26 países con el propósito de «salvaguardar la libertad y la seguridad de sus miembros». Cuanto
más libre y más seguro sea el mundo, mejor irán España y Portugal.
Nos une así mismo nuestra pertenencia a Naciones Unidas. Fieles a su Carta, y cito, «reafirmamos la fe en
los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de
derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas». De ahí nuestro esfuerzo en solidaridad.
Cuanto más extendida y general sea la dignidad del ser humano, mejor nos irá a portugueses y españoles.
Hablo de unas Naciones Unidas que felizmente han elegido por aclamación — con el activo y entusiasta
apoyo de España desde el Consejo de Seguridad — al ingeniero António Guterres como su nuevo Secretario
General. Esta elección ha recaído sin duda en el mejor candidato; y la hemos celebrado «con los ojos niños y
portuguesa el alma», como hace decir nuestro dramaturgo Lope de Vega a uno de sus personajes españoles.
Pues lo ha sido tanto por sus cualidades probadas, como porque pocas personas de cualquier otro país como
Portugal aportan al concierto de las naciones una sensibilidad histórica y espiritual que recoge notas de los cinco
continentes. Estoy seguro de que su mandato en Naciones Unidas impulsará con fuerza y convicción los valores
universales, que en un mundo tan complejo e incierto es cada día más necesario defender, promocionar, y
afianzar.