2 DE DEZEMBRO DE 2016
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Con igual anhelo y compromiso y con el vínculo común de la historia compartida, España y Portugal, junto a
los demás países de Iberoamérica, hemos querido impulsar y estrechar nuestros lazos políticos, económicos y
culturales. Instituimos, en el año 1991, la Conferencia Iberoamericana, máxima expresión de la Comunidad
Iberoamericana de Naciones, como un espacio en el que 22 países concertamos la voluntad política de sus
Gobiernos y acercamos aún más a nuestros respectivos pueblos gracias a la proximidad de nuestra cultura y de
nuestros idiomas.
Portugueses y españoles sabemos que cuanto más próspera sea Iberoamérica, más próspera será nuestra
común tierra ibérica. Pero deseamos también, con nuestra prosperidad — y con la europea —, contribuir
igualmente a la de las naciones hermanas de Iberoamérica.
Esa dimensión americana de nuestros dos países, esa fortaleza que nos une otra vez al Atlántico, me lleva
a hablar de otros dos inmensos valores de nuestras naciones, que desbordan el ámbito americano y europeo
para extenderse por toda la Tierra: me refiero a nuestra lengua, la lengua española y a la lengua portuguesa
que compartimos con otras muchas naciones.
Como tuve oportunidad de señalar en mi visita a Portugal, tan sólo unos días después de mi proclamación
como Rey de España, la semejanza entre nuestros dos grandes idiomas constituye una de las bases
fundamentales de nuestra fuerza y de nuestra singularidad.
Y gracias a esa afinidad podemos reconocer hoy la existencia de un gran espacio lingüístico compuesto por
una treintena de países de todos los continentes y por más de 750 millones de personas. Un espacio formidable,
de alcance y proyección universal, que no debemos perder de vista en el mundo crecientemente globalizado en
el que vivimos hoy en día. De este modo, cada vez que la lengua española y la portuguesa se hacen más
universales, más universales se hacen Portugal y España.
Señor Presidente, Señorías: Esos lugares que compartimos en el mundo descansan sobre una realidad
fecunda, viva y en continuo progreso. Es la realidad de unas relaciones bilaterales sólidas, diría incomparables.
Nombrarlas todas ellas, enumerar los intercambios hispano-portugueses, sería como nombrar el océano: no hay
vertiente de la vida pública o de la sociedad civil que escape a esa intensificación constante, con pleno respeto
a las respectivas identidades y soberanías nacionales.
Año tras año, desde 1983, las Cumbres entre nuestros dos países suman nuevos vínculos. Quisiera recordar
nada más que los más recientes:
En el ámbito de la seguridad y defensa, destaca la firma del Acuerdo de Cooperación bilateral y nuestra
activa presencia en la coalición internacional de lucha contra la organización terrorista Daesh.
La tranquilidad de portugueses y españoles debe mucho al trabajo codo con codo de nuestras respectivas
Fuerzas Armadas, Cuerpos de Seguridad y Servicios de Inteligencia en la lucha contra el terrorismo, contra la
delincuencia y también contra la inmigración irregular.
Nuestro mutuo progreso en materia económica se asienta en unas cifras sin equivalente: España es el primer
socio de Portugal, país que, a su vez, como socio comercial, supera para España al conjunto de Iberoamérica.
Realidades en aumento de las que ayer me hice eco en el encuentro con empresarios de nuestros dos países,
en Oporto.
En los últimos anos tanto España como Portugal hemos sufrido una crisis económica que ha afectado
gravemente a nuestros ciudadanos. Hoy nuestras economías han retomado la senda del crecimiento y seguir
trabajando en la profundización de la relación económica bilateral es la mejor manera para consolidar la
recuperación, la creación de empleo y la sostenibilidad del modelo social que compartimos.
España y Portugal queremos convertir a la Península Ibérica en una alternativa rentable para el
abastecimiento energético de Europa. A ese fin se orientan la reciente creación de un mercado ibérico del gas
y la dinamización del mercado ibérico de la electricidad. De ahí nuestro común empeño en mejorar las
interconexiones energéticas con el resto de Europa.
Por otra parte, estoy seguro también de que muchos de los diputados aquí presentes conocen e impulsan
ese capítulo de tan honda dimensión social y humana como es el de la cooperación transfronteriza, modélica a
ambos lados de la raya y que seguirá gozando del incurso de nuestros Gobiernos.
Nuestros dos países, pioneros en la inédita mundialización marítima de los siglos XV y XVI, desean colaborar
más en la economía del mar. Una economía, en sectores como la pesca, el transporte, la energía y el turismo,
a la que tan solvente atención dedican las autoridades portuguesas y españolas, pero también en otras áreas
más científicas o del conocimiento dedicadas al futuro del mar e los océanos.